martes, 1 de julio de 2014

El carrusel de las emociones por culpa de la Sele

El domingo en la tarde experimentamos muchas emociones juntas en un período de tiempo muy corto. Tratar de explicar lo que vivimos en noventa y tantos minutos del partido normal, más treinta minutos de tiempo extra y para rematar, lo ocurrido en la tanda de penales, no es nada fácil. Lo que aquí escribo son puras emociones, lo racional en este momento lo dejamos de lado.
Minutos antes del partido contra la selección de fútbol de Grecia, ya había un cosquilleo en el estómago. Desde que supimos el contrincante en octavos de final, teníamos la corazonada que podíamos sacar el triunfo con base en lo que ya habíamos hecho en el grupo de la muerte. Como había titulado un diario deportivo español, en el grupo de la muerte, la guadaña la había llevado Costa Rica. Ahora tocaba usarla contra los griegos.
Durante el primer tiempo se sintió lo propio de cualquier partido de fútbol normal. Por un lado, momentos de angustia cuando hubo lances en que la selección griega estuvo cerca del marco de Keylor Navas; y por otro lado, inquietud de observar que algunas oportunidades de Costa Rica no pudieron ser concretados. En resumen, las emociones en esa primera parte fueron muy comedidas y acorde con lo que había ocurrido en el terreno de juego.
A partir del segundo tiempo y hasta el final, fue como un carrusel de emociones. Con el gol de Bryan Ruiz sobrevino la primera de las emociones, una gran alegría que se compartía de diferentes maneras. En la mayoría de los casos con abrazos con los seres queridos y en familia, en otros casos con desconocidos en plazas públicas, centros comerciales y establecimientos de reunión; y en otros, en soledad, pero con los brazos en alto por la anotación conquistada.
Luego vino la expulsión de Duarte y comenzó la congoja, el padecimiento. La selección de Grecia se nos vino encima y uno deseaba que el tiempo avanzara rápido; sin embargo, sucedía todo lo contrario, el reloj parecía que estaba detenido, era algo angustiante. Logramos llegar a los noventa minutos del tiempo corrido y el árbitro decidió dar varios minutos de alargue y con ello, se alargaba el suplicio que vivimos desde que la selección de Costa Rica se quedó con diez jugadores.
Cuando cayó el gol griego nos invadió un sentimiento de tristeza profunda y aparecieron los fantasmas del pasado. Se nos vino a la mente las veces que después de luchar durante mucho tiempo, al final nos anotaban un gol y todo por lo que habíamos luchado se venía abajo; en otras palabras, unido a la tristeza aparecía en el horizonte  las dudas y  la inseguridad que habíamos tenido en otros momentos.
Los tiempos extras fueron minutos de mucha tensión. Teníamos un jugador menos y en nuestros adentros decíamos: tenemos que resistir estos treinta minutos porque en los penales tenemos chance con Keylor. En aquel momento apareció un sentimiento de orgullo, que sí se podía resistir; es decir, la actitud de los jugadores ante la adversidad, nos hicieron olvidar los fantasmas del pasado e hicieron brotar una de las características del ser costarricense: luchar por salir adelante.
LLegados a la tanda de los penales la expectativa llegó a su máxima expresión. Sabíamos que nuestro arquero podía detener alguno de los penales, pero también pensamos en que nuestros cobradores tuvieran sangre fría y pudieran anotar en cada uno de sus turnos. Se trataba de un momento de una gran incertidumbre sobre qué iba a pasar finalmente, el corazón palpitaba a mil por hora y el frío o el calor recorría todo el cuerpo.
Cuando Navas paró el penal hubo una alegría contenida. Al ver que el tiro del griego iba fuerte y que con una mano, sólida, Navas desvió el remate, todos expresamos ese: ¡ Sí ! con los puños cerrados. Se había confirmado nuestro presentimiento en relación con las posibilidades que teníamos con nuestro portero, sin embargo, para que la alegría pudiera desbordarse, todavía faltaba materializar el siguiente tiro desde los once pasos.
Habíamos escuchado que en los entrenamientos habían practicado los tiros de penal y hasta el momento ninguno había fallado. Aun así y esto es lo perverso del momento, los cuatro penales anotados, la tapada de Keylor a Gekas y todo el esfuerzo desplegado en los ciento veinte minutos, se resumía en aquel quinto penal. El sentimiento de esperanza en aquel momento era máximo y el deseo que esa bola llegará al fondo del arco era de todo un pueblo.
Cuando Michael Umaña anotó el penal, aquella alegría contenida se desbordó totalmente. Todos los sentimientos que se habían experimentado anteriormente, como una especie de cóctel, se reunieron en aquella alegría colectiva; el orgullo de ser costarricense, el amor a la patria, el nacionalismo, la revancha ante aquellos que suelen ver a otros países por encima del hombro, en fin, lo más profundo del sentimiento costarricense se sintetizó en aquel momento.
Frente a la ansiedad, angustia, inquietud, congoja, tristeza, duda e inseguridad, también experimentamos la lucha, la resistencia, el orgullo, la fortaleza, la esperanza y la alegría de todo un  pueblo. Experimentar todas esas emociones o sentimientos, nos hace estar vivos y nos identifica como miembros de una misma sociedad.
Nos reafirma en nuestra identidad como costarricenses y sin caer en una especie de narcisismo colectivo, nos permite darnos cuenta que la felicidad está en ese momento de solidaridad colectiva; en otras palabras, nos hace felices que los otros, nuestros compatriotas,  también sean felices como nosotros, por ello requerimos trabajar para que eso sea posible en todos los campos y no sólo en razón de los triunfos de la selección nacional de  fútbol de Costa Rica.
Artículo publicado en el diario digital El País.cr, el martes 01 de julio de 2014 (20)

miércoles, 25 de junio de 2014

Costa Rica o Costa Pobre: Todo está en la mente

Lo que está ocurriendo en Costa Rica en relación con la participación de la selección nacional de fútbol, merece una reflexión que se puede hacer desde diferentes perspectivas. Nos interesa aquí analizar la incidencia del fútbol en el imaginario colectivo y sobre todo en la autoestima del pueblo costarricense.
 Comencemos diciendo que el campeonato mundial de fútbol constituye un escenario en el que los diferentes países participantes miden sus fuerzas y se comparan los unos con los otros. Bien mirado, es una actividad que sustituye lo que antes se dirimía por medio de la guerra, ya que en un conflicto armado, un país pretende demostrar su superioridad sobre otro por medio de la fuerza.
 Carl von Clausewitz en su clásico libro “De la guerra” decía que la guerra es la continuación de la política por otros medios. En relación con el campeonato mundial de fútbol se podría decir algo similar, es decir, es un escenario que sustituye la guerra entre los países y el que la disputa se hace con medios más civilizados.
 Evidentemente esta analogía tiene sus matices y debe ser entendida metafóricamente, ya que lo fundamental es comprender: ¿Por qué la selección de fútbol de un país, tiene la capacidad de incidir en la autoestima de los pueblos? ¿Por qué la selección de fútbol es un reflejo, de la idea que las personas tienen de sí mismos como imaginario colectivo?
 Si la selección nacional de fútbol de determinado país le va bien, ello permite que surja o se reafirme ideas de superioridad o de alta autoestima en relación a las acciones colectivas que pueden lograr los miembros de una determinada sociedad; por el contrario, si los resultados son adversos, existe la tendencia a considerar que la selección nacional de fútbol es un reflejo de las incapacidades o de la inferioridad de los individuos a los que representan los jugadores de fútbol.
 No hay que ser muy brillante para comprender que no existe relación de causalidad entre lo que sucede en el fútbol y las capacidades colectivas de un determinado país. Todo depende del criterio que usemos para valorar o calificar la superioridad o inferioridad de un pueblo sobre otro; si usáramos el criterio del desarrollo humano, los países escandinavos deberían estar disputando la final del mundial; si fuera el desarrollo económico de los países, le tocaría a China o Estados Unidos llevarse la copa.
 Aunque no existe esa relación de causa y efecto, sí es un hecho que los logros o fracasos de la selección nacional de fútbol de un país, afecta la autoestima y la forma en como los miembros de una sociedad se definen y observan colectivamente. En Costa Rica, por ejemplo, somos una sociedad paradójica en la forma en cómo nos vemos a nosotros mismos y ello incide en la autoestima que tenemos como pueblo.
 Por un lado, hay personas que consideran que vivimos en una tierra bendecida por el ser supremo y que la mano divina nos protege y se lleva los huracanes a otras latitudes, un país que tiene los espacios naturales más lindos del mundo y que vivimos en un remanso de paz; por otro lado, en contraste, existen otros que consideran que lo extranjero es mejor que lo nacional, que hay materias en que no somos competentes porque no podemos estar al mismo nivel que otros países, en fin, que como sociedad somos inferiores a otros colectivos del mundo.
 Por supuesto no se puede generalizar, porque toda generalización es idiota y falaz. No se trata de que existan excepciones, que las hay, sino que lo medular es generar un proceso en que el costarricense promedio tenga en su imaginario colectivo la idea de vivir en una sociedad que puede hacer grandes cosas y hacerlas bien; que la autoestima de cada costarricense sea alta, porque está convencido que forma parte de una colectividad capaz de mejorar permanentemente la calidad de vida de cada uno de sus habitantes.
 Antes que la selección costarricense saliera para el campeonato mundial de fútbol de Brasil, hubo personas que hacían los peores pronósticos y todo ello con base en el argumento que era necesario ser realistas. Sin embargo, ese supuesto realismo parte de una serie de preconcepciones que reflejan la baja autoestima y la idea de inferioridad que tienen de la sociedad costarricense, en este caso, aplicado al fútbol.
 Los criterios que se utilizaron son de los más variados. Los jugadores costarricenses son naturalmente inferiores a los alemanes o ingleses en lo físico, a los argentinos o brasileños en lo técnico, o a los italianos o uruguayos en lo táctico. El fútbol costarricense es inferior al fútbol español, inglés, italiano o alemán, porque en esos países hay mejores estadios, campos de entrenamiento y los jugadores son mejor pagados. Y así podríamos señalar una serie de criterios que reflejan preconcepciones que sólo están en la mente de quienes las esgrimen.
 El problema no es que los alemanes o los ingleses tengan un determinado biotipo, sino que nosotros creamos que los costarricenses no tenemos la capacidad para desarrollar jugadores con esas características físicas. Los niños costarricenses, en muchos casos, no tienen nada que envidiarle a un niño argentino o brasileño en cuanto a sus virtudes técnicas, sin embargo, hay personas que los consideran inferiores y que no estamos preparados para potenciar y enseñar la técnica del fútbol. Lo mismo ocurre con lo táctico, les parece que no somos capaces de asimilar y plasmar en el terreno de juego los diferentes esquemas tácticos que se han desarrollado en el fútbol, como si nuestros entrenadores y jugadores tuvieran alguna limitación natural que les impidiera poder hacerlo.
 El problema no es que la ligas europeas tengan mejores estadios, sino que los costarricenses creamos que no somos capaces de construir ese tipo de infraestructura. Que ellos puedan tener más recursos económicos y a partir de ello tener la posibilidad de edificar mejores campos de entrenamiento, es una realidad que es verificable y se acepta; sin embargo, eso es diferente a considerar que son personas superiores en inteligencia, en capacidades y que nosotros como sociedad estamos condenados a una especie de incompetencia colectiva frente a los otros pueblos del mundo.
 El ser realista no consiste en considerarse inferior o incompetente ante los demás seres humanos. Es una realidad que somos un país con menos territorio que otros países, sin embargo, si utilizamos el adjetivo pequeño para referirnos a nuestro país, eso tiene connotaciones que trascienden al dato estrictamente fáctico; es decir, cuando decimos que Costa Rica es pequeña, habría que preguntar: ¿Pequeña en relación con qué?
 Si usamos el criterio del territorio, podríamos afirmar que Costa Rica es pequeña en relación con Rusia pero es más grande que Bélgica o Suiza. Si se considera el índice de desarrollo humano, estamos abajo de Uruguay e Italia  y por encima de Brasil o China. Ahora si el criterio es de tipo futbolístico, de acuerdo al ranking de la FIFA, España o Inglaterra están por encima de Costa Rica y a su vez, nosotros estamos más arriba que Suecia o Austria.
 Si no se está atento a lo engañoso de este tipo de argumentos, estas ideas terminan convirtiéndose en una ideología muy perjudicial para la autoestima de los pueblos. Existen personas que consciente e inconscientemente promueven y están interesadas en que los costarricenses pensemos que somos ineptos y que requerimos de la “ayuda” de otros países para poder salir adelante como nación.
 La autoestima colectiva de Costa Rica no puede depender de lo que un periodista uruguayo o mexicano digan de nuestro país o de la selección nacional de fútbol. En el imaginario colectivo costarricense debe estar posicionada la idea que somos una sociedad que con nuestros recursos y capacidades podemos hacer grandes cosas sin esperar el reconocimiento de los demás países; en otras palabras, no podemos estar supeditados a lo que los demás digan de nosotros, no podemos ser dependientes de un reconocimiento que en muchos casos no existe interés en manifestar.
 Por eso, llama mucho la atención observar la forma en que muchas personas están prestas a ver y escuchar qué dicen de Costa Rica en el extranjero. Al igual que en el mundial de Italia 90, en el que muchos no creían en lo que podía hacer la selección de aquella época, ahora que se ha pasado a los octavos de final, dejan de lado sus prejuicios y se autoenvanecen escuchando las alabanzas de los comentaristas de todo el mundo, especialmente, los mexicanos.
 Probablemente esos mismos que ahora hablan bien de la selección de Costa Rica y los que están hipnotizados con los elogios por la actuación en el campeonato de fútbol de Brasil 2014, no tardarán en volver a poner titulares como el de Costa Pobre y muchos ticos volverán a decir que el fútbol costarricense no sirve para nada, que somos ineficaces e ineficientes, en síntesis que somos el país más desastroso del mundo.
 Y no se trata, como algunos dicen, de tener una actitud optimista o pesimista ante la vida. De lo que se trata es que cada costarricense se convenza de las capacidades que tenemos como nación y que es necesario trabajar duro por conseguir los objetivos que nos proporcionen un mayor bienestar para la mayoría de los miembros de la sociedad. No podemos depender de lo que suceda en un mundial para estar convencidos que somos un gran país y que podemos lograr lo que nos propongamos.
 Ahora bien, si en el camino a la selección de fútbol de Costa Rica le va bien y obtiene buenos resultados: ¡Que dicha! ¡En hora buena!  ¡A celebrar carajo!
Artículo publicado en el diario digital El País.cr, el 25 de junio de 2014. (225)
http://www.elpais.cr/frontend/noticia_detalle/3/92786
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viernes, 20 de junio de 2014

Don Beto: El político

Recién llegado a tiquicia me entero de la muerte de don Alberto Cañas Escalante. Evidentemente, por mi edad, no he tenido contacto directo con él y en ese sentido, no faltará quien diga: ¿Quién mete a este mocoso a escribir sobre alguien que, probablemente, no tiene la menor idea quién fue?
 La verdad es que a don Beto lo conozco indirectamente, por medio de sus escritos y con base en lo que otros han escrito de él. Las pocas veces que lo pude escuchar en una entrevista o en un programa de radio que realizaba junto con Álvaro Fernández y Fernando Durán, me pareció un señor del cual se podía aprender.
 En no pocas ocasiones no me gustaba su forma de decir las cosas. Siempre me ha parecido que no es necesario utilizar adjetivos como idiota o estúpido para referirse a personas o acciones con las que uno no está de acuerdo; sin embargo, estas cuestiones de forma eran accesorias a lo sustantivo y en ello, don Beto, solía poner los puntos sobre las íes.
 Evidentemente, por ser una persona multifacética, se le puede recordar desde diferentes perspectivas. La personal la dejò para quienes le conocieron directamente en su faceta más íntima, la de periodista serán sus colegas los que con más autoridad puedan reseñarla, la faceta de escritor o de dramaturgo corresponde a los especialistas en literatura y artes dramáticas juzgarla, de ahí que me interese escribir unas líneas de su faceta como político.
 La primera vez que reparé en su trascendencia como político, fue cuando observé unas imágenes de la Junta Fundadora de la Segunda República en que aparecía sentado a la izquierda de José Figueres Ferrer. El solo hecho de formar parte de ese órgano excepcional, le otorgaba a don Alberto una experiencia única; es decir, no cualquiera podía decir que formó parte del grupo de costarricenses que determinaron, entre otras cosas: el decreto de nacionalización bancaria, la abolición del ejército, el impuesto del 10% al capital y las otras medidas que transformaron a la Costa Rica de la segunda mitad del siglo XX.
 Su nombre me apareció, nuevamente, cuando llegó a mis manos el libro de Constantino Láscaris denominado: “Desarrollo de las ideas filosóficas en Costa Rica”. Allí el profesor español lo mencionaba, junto con José Figueres, Rodrigo Facio y Alfonso Carro, como representante del social-estatismo en Costa Rica; en otras palabras, en términos ideológicos, lo ponía a la par de otros personajes que impulsaron la intervención del estado para lograr una mayor equidad económica y social.
 Para nadie es un secreto que fue fundador y militante del Partido Liberación Nacional. Obviamente, estamos hablando del partido que existió hasta el gobierno de Luis Alberto Monge Álvarez; es decir, aquel sustentado en los ideales de la socialdemocracia europea, que produjo los índices de desarrollo que Costa Rica tuvo hasta mediados de la década de 1980.
 En consecuencia, como político, don Beto apoyó una visión de país en que hubiese una mayor distribución de la riqueza. Esa postura ideológica en lo económico, contrastaba con su postura elitista en lo político, ya que no estaba de acuerdo que a los puestos de toma de decisión llegaran personas ineptas; es decir, personas con ninguna o poca preparación académica, con lo cual se inclinaba por el filósofo rey descrito en La República de Platón.
 La llegada de Óscar Arias Sánchez a la candidatura y a la silla presidencial en 1986, supuso que se distanciara de las estructuras del Partido Liberación Nacional. No solo don Alberto sino también otros dirigentes históricos se alejaron de la actividad partidista; entre otras cosas, debido al cambio de dirección política e ideológica que se operó en aquellos años de la mano del arismo y sus posturas económicas neoliberales.
 La llegada de José María Figueres Olsen a la candidatura presidencial en 1994, le supuso volver a la actividad política como diputado por la provincia de San José. Observando lo que pasó en aquel cuatrienio, pareciera, desafortunada aquella participación del político Cañas Escalante; cómo pudo alguien de su experiencia prohijar el cierre del ferrocarril o  avalar los contenidos del Pacto Figueres-Calderón. 
 A pesar del respeto y admiración que uno le pueda tener a don Beto, también tuvo sus yerros como político. Su visión elitista en lo intelectual, a veces, lo llevaba a defender una especie de concepción aristocrática de la política; en otras palabras, aunque en la gradería de sol hubiesen personas inteligentes, en muchos casos, se dejaba llevar por el apellido, la alcurnia o la posición social de sus interlocutores.
 Aun así y teniendo en consideración que este tipo de cosas son “peccata minuta”, tuvo la claridad y la valentía de denunciar la podredumbre e irse del Partido Liberación Nacional. No solo lo motivó la corrupción que existía, sino que también buscó evidenciar el distanciamiento y abandono de los ideales que habían inspirado el movimiento encabezado por José Figueres Ferrer.
 Junto con otros disidentes liberacionistas y otros miembros de la sociedad costarricense que añoraban los ideales socialdemócratas, ayudó a fundar el Partido Acción Ciudadana (PAC). Dentro de esta agrupación política se mantuvo fiel a su visión de organización vertical y combatió a lo que él denominó: el sector chavista del PAC. ¡Genio y figura!
 Antes de morir, tuvo la fortuna de ver como su partido político ganaba las elecciones en segunda ronda. Lo vimos en la noche de la victoria, al frente de la tarima, saboreando el triunfo sobre un PLN desconocido para él y que aún ahora no ha entendido que su forma de hacer política quedó desfasada en el tiempo.
 Nos queda a los jóvenes aquilatar la faceta política de don Beto. No se trata de elevarlo a los altares, ni tampoco pensar que era un santo como político; al contrario, fue un hombre de carne y hueso que participó en grandes momentos de nuestra historia, los cuales tienen que ser valorados en función de los resultados concretos que produjeron en la sociedad costarricense.
 Don Beto y su generación produjeron el mayor período de bienestar que ha vivido el pueblo de Costa Rica. Sus ideales, sus luchas, sus empeños, deben de servir de inspiración para nosotros los jóvenes para procurar la sociedad del bienestar del siglo XXI. En lugar de llorar su partida, debemos asumir su legado y revertir los aciagos años que han transcurrido desde mediados de los años ochenta y cuyo resultado más dramático ha sido: el ensanchamiento vergonzoso de la desigualdad entre los miembros de la sociedad costarricense.
Artículo publicado en el diario digital El País.cr el 20 de junio de 2014 (22)