viernes, 20 de junio de 2014

Don Beto: El político

Recién llegado a tiquicia me entero de la muerte de don Alberto Cañas Escalante. Evidentemente, por mi edad, no he tenido contacto directo con él y en ese sentido, no faltará quien diga: ¿Quién mete a este mocoso a escribir sobre alguien que, probablemente, no tiene la menor idea quién fue?
 La verdad es que a don Beto lo conozco indirectamente, por medio de sus escritos y con base en lo que otros han escrito de él. Las pocas veces que lo pude escuchar en una entrevista o en un programa de radio que realizaba junto con Álvaro Fernández y Fernando Durán, me pareció un señor del cual se podía aprender.
 En no pocas ocasiones no me gustaba su forma de decir las cosas. Siempre me ha parecido que no es necesario utilizar adjetivos como idiota o estúpido para referirse a personas o acciones con las que uno no está de acuerdo; sin embargo, estas cuestiones de forma eran accesorias a lo sustantivo y en ello, don Beto, solía poner los puntos sobre las íes.
 Evidentemente, por ser una persona multifacética, se le puede recordar desde diferentes perspectivas. La personal la dejò para quienes le conocieron directamente en su faceta más íntima, la de periodista serán sus colegas los que con más autoridad puedan reseñarla, la faceta de escritor o de dramaturgo corresponde a los especialistas en literatura y artes dramáticas juzgarla, de ahí que me interese escribir unas líneas de su faceta como político.
 La primera vez que reparé en su trascendencia como político, fue cuando observé unas imágenes de la Junta Fundadora de la Segunda República en que aparecía sentado a la izquierda de José Figueres Ferrer. El solo hecho de formar parte de ese órgano excepcional, le otorgaba a don Alberto una experiencia única; es decir, no cualquiera podía decir que formó parte del grupo de costarricenses que determinaron, entre otras cosas: el decreto de nacionalización bancaria, la abolición del ejército, el impuesto del 10% al capital y las otras medidas que transformaron a la Costa Rica de la segunda mitad del siglo XX.
 Su nombre me apareció, nuevamente, cuando llegó a mis manos el libro de Constantino Láscaris denominado: “Desarrollo de las ideas filosóficas en Costa Rica”. Allí el profesor español lo mencionaba, junto con José Figueres, Rodrigo Facio y Alfonso Carro, como representante del social-estatismo en Costa Rica; en otras palabras, en términos ideológicos, lo ponía a la par de otros personajes que impulsaron la intervención del estado para lograr una mayor equidad económica y social.
 Para nadie es un secreto que fue fundador y militante del Partido Liberación Nacional. Obviamente, estamos hablando del partido que existió hasta el gobierno de Luis Alberto Monge Álvarez; es decir, aquel sustentado en los ideales de la socialdemocracia europea, que produjo los índices de desarrollo que Costa Rica tuvo hasta mediados de la década de 1980.
 En consecuencia, como político, don Beto apoyó una visión de país en que hubiese una mayor distribución de la riqueza. Esa postura ideológica en lo económico, contrastaba con su postura elitista en lo político, ya que no estaba de acuerdo que a los puestos de toma de decisión llegaran personas ineptas; es decir, personas con ninguna o poca preparación académica, con lo cual se inclinaba por el filósofo rey descrito en La República de Platón.
 La llegada de Óscar Arias Sánchez a la candidatura y a la silla presidencial en 1986, supuso que se distanciara de las estructuras del Partido Liberación Nacional. No solo don Alberto sino también otros dirigentes históricos se alejaron de la actividad partidista; entre otras cosas, debido al cambio de dirección política e ideológica que se operó en aquellos años de la mano del arismo y sus posturas económicas neoliberales.
 La llegada de José María Figueres Olsen a la candidatura presidencial en 1994, le supuso volver a la actividad política como diputado por la provincia de San José. Observando lo que pasó en aquel cuatrienio, pareciera, desafortunada aquella participación del político Cañas Escalante; cómo pudo alguien de su experiencia prohijar el cierre del ferrocarril o  avalar los contenidos del Pacto Figueres-Calderón. 
 A pesar del respeto y admiración que uno le pueda tener a don Beto, también tuvo sus yerros como político. Su visión elitista en lo intelectual, a veces, lo llevaba a defender una especie de concepción aristocrática de la política; en otras palabras, aunque en la gradería de sol hubiesen personas inteligentes, en muchos casos, se dejaba llevar por el apellido, la alcurnia o la posición social de sus interlocutores.
 Aun así y teniendo en consideración que este tipo de cosas son “peccata minuta”, tuvo la claridad y la valentía de denunciar la podredumbre e irse del Partido Liberación Nacional. No solo lo motivó la corrupción que existía, sino que también buscó evidenciar el distanciamiento y abandono de los ideales que habían inspirado el movimiento encabezado por José Figueres Ferrer.
 Junto con otros disidentes liberacionistas y otros miembros de la sociedad costarricense que añoraban los ideales socialdemócratas, ayudó a fundar el Partido Acción Ciudadana (PAC). Dentro de esta agrupación política se mantuvo fiel a su visión de organización vertical y combatió a lo que él denominó: el sector chavista del PAC. ¡Genio y figura!
 Antes de morir, tuvo la fortuna de ver como su partido político ganaba las elecciones en segunda ronda. Lo vimos en la noche de la victoria, al frente de la tarima, saboreando el triunfo sobre un PLN desconocido para él y que aún ahora no ha entendido que su forma de hacer política quedó desfasada en el tiempo.
 Nos queda a los jóvenes aquilatar la faceta política de don Beto. No se trata de elevarlo a los altares, ni tampoco pensar que era un santo como político; al contrario, fue un hombre de carne y hueso que participó en grandes momentos de nuestra historia, los cuales tienen que ser valorados en función de los resultados concretos que produjeron en la sociedad costarricense.
 Don Beto y su generación produjeron el mayor período de bienestar que ha vivido el pueblo de Costa Rica. Sus ideales, sus luchas, sus empeños, deben de servir de inspiración para nosotros los jóvenes para procurar la sociedad del bienestar del siglo XXI. En lugar de llorar su partida, debemos asumir su legado y revertir los aciagos años que han transcurrido desde mediados de los años ochenta y cuyo resultado más dramático ha sido: el ensanchamiento vergonzoso de la desigualdad entre los miembros de la sociedad costarricense.
Artículo publicado en el diario digital El País.cr el 20 de junio de 2014 (22)

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